La delincuencia en Argentina constituye una amenaza constante para diversos sectores sociales que temen perder sus vidas en cualquier sitio y a toda hora. Desde hace décadas, es común escuchar o leer informaciones sobre episodios vinculados a los robos, arrebatos, asaltos con consecuencias, a menudo, lamentables. Frente a esta problemática, cabe preguntarse cuáles son las causas que mueven a un individuo o a una organización de individuos a terminar con la vida de sus semejantes, a decidir gatillar su revólver para matar a quien ni siquiera se resistió ante un hecho de robo, por ejemplo. Son varias las causas, por cierto. Se discute, frecuentemente, si la delincuencia es heredada, concretamente si una persona que desarrolla su vida entre familiares que delinquen, en un futuro próximo adoptará esa modalidad. A mi juicio, no. Sin embargo, puede existir cierta inclinación biológica que posibilite hechos de irracionalidad y vandalismo.

A mí me parece que los problemas de la delincuencia radican en el orden sociológico, o sea que influyen las desigualdades sociales, la desintegración familiar, el consumo de estupefacientes o de alcohol, la baja autoestima, la ausencia de cariño, la inexistencia de reconocimiento debido a óptimos desempeños, la desescolarización, las dificultades para acceder a un empleo… es decir, prevalecen indicadores preocupantes en la vida humana. Obviamente, para terminar con este flagelo es indispensable la presencia del Estado y del poder político. Si una persona es incluida y no es marginada del sistema, seguramente no cometerá robos ni homicidios, no caerá en el consumo de drogas. Pero, claro, para lograr eso los dirigentes políticos deberán olvidar sus ambiciones personales. Esa es la cuestión.


Marcelo Malvestitti
@marcemalvestiti